No queremos llenarlas con las cifras de cuántos animales viven tortura en hacinamiento, ni con el número de vacas y cerdas que son violadas diariamente para posibilitar la industria cárnica, no queremos decirles cuántos animales son trasladados a diario desde los criaderos hacia los mataderos, ni cuántos son asesinados, destazados, vendidos en partes y cocinados al día, en todo el mundo, tan sólo en México, en total al año.
No hablarles de la caza, de los abrigos, zapatos, sombreros y bolsos hechos con pieles arrancadas de animales vivos, ni de la experimentación animal para la industria cosmética.
No queremos sacar cuentas de cuántos delfines, focas, pingüinos, ballenas, tiburones y todo tipo de animales marinos viven en pequeñas peceras para diversión humana, ni de los zoológicos y la zoocosis (psicosis animal) que viven los animales encerrados y exhibidos como objetos. Y en general, no queremos hablarles de estadísticas, ni de números.
Quiero recordarles que lo personal es político de la plaza a la casa, del plato a la cama.
Que aunque para muchas personas sea necesario escuchar cifras, ver los cuerpos desplomarse y la sangre correr para tomar una decisión al respecto de su consumo de cuerpos, nosotras confiamos en que como mujeres feministas que somos, basta con saber de la injusticia para decidir dejar formar parte de quienes la ejercen.
Las mujeres no necesitamos del espectáculo amarillista que ofrecen algunos medios que intentan concientizar sobre el maltrato animal para darnos cuenta de que esta forma heredada de comer es parte de la crueldad y la necrocultura de los hombres.
Es momento de visibilizar en el veganismo que al hablar de «los animales» en masculino se invisibiliza el hecho de que las industrias cárnica y láctea se sustentan, como el patriarcado, de la violación sexual y la explotación reproductiva de las hembras. Es momento de nombrarlas y de dejar claro que este sistema no nos pertenece a las mujeres.