25 de mayo

Ciudad de México. 

¡Nace Rosario Castellanos!

Mujer poeta, escritora, promotora cultural, maestra y periodista feminista. 

Rosario Castellanos nació en la Ciudad de México; sin embargo, sus padres la trasladaron inmediatamente a los Altos de Chiapas, donde vivió toda su infancia y adolescencia. Su familia, Adriana y César, conformaron una familia típica de aquella época, su padre trabajaba mientras su madre era ama de casa, además tenían una notable y clara preferencia por su hijo Benjamín, esto solo por ser varón, tal preferencia se mantuvo incluso tras la muerte del niño a los siete años, Rosario se sintió culpable por ser ella quien seguía con vida y no su hermano, fue criada por su nana Rufina, una mujer indígena. Sus padres murieron en 1948. Ella se quedó huérfana y con medios financieros limitados. 

Rosario sintió una necesidad urgente para la autoexpresión y pronto se convirtió en la primera mujer reconocida como escritora de Chiapas. Posteriormente, emigró a la Ciudad de México donde se graduó como maestra en filosofía. También, estudió estética en la Universidad de Madrid, con una beca.​ Fue profesora en universidades de distintos países, redactó textos y escribía en el periódico. Se casó y tuvo un hijo, después tuvo abortos involuntarios y de la muerte de una hija recién nacida.​ Se divorció después de trece años de matrimonio, tras infidelidades de su marido y sufrir depresión. Dedicó una extensísima parte de su obra y de sus energías a la defensa de los derechos de las mujeres. 

Algunos fragmentos:

“Matamos lo que amamos. Lo demás no ha estado vivo nunca.”

“Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día.”

Ella misma habla sobre escribir:

“—Pero, señor, es obvio. 

Porque alguien (cuando yo era pequeña)

 dijo que la gente como yo no existe. 

Porque su cuerpo no proyecta sombra, 

porque no arroja peso en la balanza, 

porque su nombre es de los que se olvidan. 

Y entonces… Pero no, no es tan sencillo. 

Escribo porque yo, un día, adolescente, 

me incliné ante un espejo y no había nadie.

 ¿Se da cuenta? El vacío. Y junto a mí los

 otros chorreaban importancia. (…)

Y luego, ya madura, descubrí 

 que la palabra tiene una virtud: 

si es exacta es letal 

como lo es un guante envenenado. (…)”

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