Nosotras no escribimos por aprobación masculina, escribimos para hablar de nosotras por nosotras, para nosotras, para reconstruir nuestra memoria, la de nuestras ancestras y de todas las mujeres que nos preceden; escribimos porque escribir nos salva, porque sobre nuestro silencio se han inventado mentiras humillantes, deshumanizantes; escribimos para derrumbar los mitos sobre quiénes somos las mujeres, qué le duele a la memoria de nuestras cuerpas, qué es lo que nos mantiene al borde en este sistema en el que cada día libramos batallas contra nuestras vidas. Escribimos porque la palabra es nuestra, reinventamos la lengua porque la que usa el patriarcado no nos alcanza para nombrar nuestra experiencia, escribimos para sanarnos, para compartir la sanación, para que otras mujeres nos lean y leer a otras mujeres.
Si a las sagradas instituciones de la lengua y la literatura no les gusta lo que hacemos quiere decir que estamos cada vez más cerca de ser quienes realmente somos y de ser en voz alta.
Somos mujeres, somos artistas, somos poetas, somos feministas y nuestro arte feminista vino para quedarse, para cuestionar y dinamitar el arte masculinista, ese que como diría Andrea Dworkin, no ha servido más que para exaltar la vergüenza humana.
El arte feminista vino para salvar al arte de las garras de los masculinistas y regresarle su dignidad, así que no se preocupen, no estamos aquí por la aprobación masculina.