Hace mucho que las feministas discutimos el tema del reggaetón y el perreo, pues cuenta la leyenda que «es el género musical más misógino» y que perrear, aun haciéndolo solas o con otras, nos resta credibilidad como feministas.
Esto me interesa desmentirlo con ejemplos, pues en esa lógica, si siguiéramos sólo leyendo poesía escrita por hombres podríamos afirmar que la poesía es el género literario más machista, y nos estaríamos privando de la maravillosa poesía escrita por mujeres, si nos basáramos en las miles de pinturas de violación romantizadas y erotizadas del arte clásico masculino para juzgar todas las artes visuales, podríamos asegurar que la pintura es el arte plástica más machista y nos estaríamos perdiendo de las obras plásticas de las mujeres. Con el reggaetón pasa lo mismo, y lo mismo pasa con la ópera, el rock, el pop, el metal, las baladas, la regional, la ranchera, y el todos los géneros musicales, si nos basamos en lo que los hombres escriben y cantan para decidir que ese género es el más machista, no escucharíamos música y seguiríamos invisibilizando a las músicas de todos los géneros musicales.
El reggaetón también es uno de los temas que se discute desde espacios académicos, anteriormente para sentar una superioridad imaginaria sobre las personas a las que nos gusta el reggaetón, ahora para estudiar el reggaetón y el perreo, hacer tesis, coloquios y perreos intelectuales.
El reggaetón nació en los barrios bajos de Puerto Rico y Panamá, barrios negros, empobrecidos, marginados y populares, y se extendió rápidamente por los barrios bajos de todos los países de latinoamericana hasta cruzar los océanos, muy a pesar de quienes lo han desdeñado siempre.
El rechazo al reggaetón, más que a su ritmo, se debe al prejuicio raciclasista que afirma que «la cultura» legítima es una y es blanca, y que lo negro, lo prieto, lo moreno no es cultura, que nuestros ritmos no son bellos, que nuestros bailes no son correctos, y el mensaje es que nuestras cuerpas y nuestras existencias no son bellas ni correctas.
Rara vez escuchas a una persona decir «no me gusta el reggaetón», lo cual es válido, pero es importante mencionar que la mayoría de las personas insultan, basurean y menosprecian el género, el ritmo y a la gente que baila reggaetón, y eso sí, ya no es válido, ni aceptable.
El reggaetón no es malo, y no es básico, ni simple, siempre ha trabajado con otros ritmos: el rap, el merengue, la salsa, la bachata, reggae, electrónica, pop, baladas, k-pop, hasta con rancheras, metal y rock, sólo que la mayoría no lo sabe porque no tienen la disposición de escuchar más allá de las rolas que pegan en la radio, y así, sin conocer el género mantienen el prejuicio.
Lo anterior me es importante recalcarlo porque en los últimos años el reggaetón cambió de estatus en su forma de ser percibido, ahora que las personas blancas hacen reggaetón, escuchan reggaetón, visten como reggaetoneros, etc., y eso, aunado al interés académico por el reggaetón lo ha blanqueado tanto que conciertos y festivales se han vuelto inalcanzable para las personas que habitamos los barrios bajos que han mantenido vivo el reggaetón por tantos años.
Lo mínimo que se merecen las precursoras(es) del género, es que se le reconozca, y no hablo de nombres de artistas grabados, sino de la música que nació en las calles, porque el reggaetón ha vivido más en el underground de los barrios, que en las grandes disqueras. Hablo precisamente de reconocer que el reggaetón, tal como el hip hop, el blues, el rock y muchos otros géneros musicales, nacieron por la gente negra, y todos ellos se han vuelto aceptables sólo a través del blanqueamiento que los despoja de su origen.
Cuando empecé a hacer la playlist «Genealogía de reggaetoneras » me cuestioné si agregaría canciones de reggaetón de mujeres blancas o si reservaría la playlist para mujeres negras y prietas; concluí que tendrían un espacio en ella, porque la popularidad del reggaetón lo ha llevado por todo el mundo y porque los hombres que más suenan no son precisamente los del gueto, además porque el camino de las mujeres es siempre más difícil que el de hombres, y el de las mujeres en el arte no es la excepción, y finalmente porque mi intención con esta playlist es reconocer a las mujeres que pese a ser de una industria muy masculina que ha intentado mantener la imagen de las mujeres como coristas y adornos pornificantes en los vídeos de reggaetón, todas ellas han logrado abrirse camino como cantantes.
Estamos acostumbradas a consumir productos culturales hechos por hombres: libros, películas, música, obras plásticas, etc., porque sus obras son las más difundidas e inconscientemente les reconocemos una legitimidad que no le reconocemos a las mujeres. La decisión del arte que apreciamos es política, es político decidir ya no ver, leer, escuchar la mirada masculina. Nos han obligado a hacerlo durante varios milenios, quitándonos el permiso explícito de crear y convirtiéndonos en espectadoras de sus ideas, es momento de dejar de hacerlo y de leer, escuchar, ver el arte de las mujeres.
Pero también me es importante visibilizar el racismo, la apropiación cultural, el blanqueamiento y aburguesamiento del reggaetón, por eso decidí que para no invisibilizar a las ancestras del género haría otra playlist sólo de ellas, así nació: «Reggaetón viejito de mujeres», su nombre tiene como objetivo aparecer en todas las búsquedas de «reggaetón viejito» de Spotify, no sé si se cumpla, pero espero que sí, porque como una mujer que disfruta del reggaetón desde su adolescencia y que de algún modo u otro busca hacer difusión del arte hecho por mujeres, creo que es importante tener conciencia de que las mujeres no llegaron al reggaetón ayer, que siempre han sido parte de él.
Esta playlist está hecha con una amora especial porque me recuerda los perreos en el patio de la secundaria. Para ser honesta yo también las tenía olvidadas hasta que un día de la nada comencé a cantar «No me callaré» de La Hill, la busqué en Spotify y la memoria se fue antojando de canciones como «Cada vez que te veo» de Adassa, «Amiga» de Demprha, «Quiero bailar» de Ivy Queen, entre otras canciones que sonaban mucho al principio de los 2000 y que fueron dejadas en el olvido, a pesar de que muchas de ellas se han mantenido activas en la música desde hace al menos dos décadas, y me di cuenta de que en ninguna playlist de reggaetón de la vieja escuela están agregadas sus canciones. La única que logró colarse en algunas de esas listas fue La diva, la perra, la potra, La Caballota: Ivy Queen; las demás han sido excluidas. Pero no sólo de las listas de reggaetón viejito, sino que tampoco aparecen en las playlist de reggaetón de mujeres, en muchas de ellas sólo hay canciones de mujeres blancas. ¿Ven cómo es político?, mientras que los reggaetoneros negros y prietos se enfrentan al racismo en el blanqueamiento de reggaetón, las reggaetoneras negras y prietas se enfrentan a la misoginia de la industria musical (por igual en todos los géneros) y al racismo de la industria que cada vez es más blanca.
La historia del reggaetón no puede escribirse sin mujeres, y la historia de las mujeres en el reggaetón no puede escribirse sin las mujeres negras y prietas.
He visto varias publicaciones, tiktoks, tuits, etc., que en un intento de reivindicar el reggaetón y el perreo, analizan las letras de reggaetón de los hombres y les aplauden por las barras en las que dejan claro que conocen el consentimiento, y les parece maravilloso que hablen de mujeres solteras, de mujeres independientes, de mujeres que no necesitan a un hombre, de mujeres que dejan de sufrir por un vato; quiero decirles que entiendo el ímpetu de defender el género musical que nos gusta, pero no podemos abordar el tema del reggaetón desde el feminismo hablando de lo que cantan los hombres. Esos hombres cuentan las historias de las mujeres, se vuelven populares, ricos y aclamados robando las historias de las mujeres para parecer «diferentes a los otros» y triunfan, aun cuando siguen invisibilizando a las mujeres que les hacen los coros y pornificando las imágenes de mujeres, ¿y saben qué?, cuando el reggaetón estaba naciendo, ahí estaba ya Ivy Queen contando sus historias, y en sus historias la historia de las mujeres, y ella fue sólo la primera de una larga lista de mujeres en el reggaetón cantando historias de mujeres solteras, independientes, fuertes, que saben que no necesitan un hombre, hablando de su placer, desmintiendo a los reggaetoneros que cantan canciones donde fanfarronean con ser «los mejores amantes» y hablando de lo malos que son los vatos en el sexo, desinteresados en el placer de sus parejas, y de que todos ellos son iguales.
Si vamos a hablar de «reggaetón y feminismo» tiene que ser escuchando a las mujeres, con la mirada puesta en las reggaetoneras.
Curiosamente (o no), hay muchas canciones de reggaetoneras denunciado la violencia hacia las mujeres, el sexismo que viven en la industria del reggaetón, sobre cómo salieron de relaciones de abuso, nombrando la violencia en relaciones, sobre la amistad con otras mujeres, sobre la soledad, sobre cómo es ser una niña en un mundo que te hace creer que ser niña es un impedimento para hacer lo que te gusta, y no hablo únicamente de las canciones que han nacido en estos últimos años con el auge de «el empoderamiento femenino», sino de canciones de hace 20 años… hemos pasado demasiado tiempo viendo hacia el lado equivocado, y hemos enfocado mal el debate; debería dejar de girar en torno a un género musical para enfocarse en al género del artista que crea la obra, en cualquier disciplina del arte que se nos ocurra.
Para cerrar quiero hablar del perreo, como alguien que disfruta bailarlo, como alguien que lo baila alejada de la mirada sexualizante de los hombres, y como una mujer que finalmente ha logrado desexualizar su propia cuerpa y liberar sus movimientos, díganse de cuello, de tórax, de cadera, de rodillas, díganse mis pechos o mis nalgas. Nuestras cuerpas y nuestras posibilidades rítmicas nos pertenecen, es cierto que existe una gran presión mediática que nos enseña a bailar para «el otro», haciendo gestos considerados sexis mientras nos movemos, pero esa presión está sobre nosotras no sólo en el perreo, está presente incluso cuando comemos un plátano, pero no nos pertenece, como no nos pertenece la mirada masculina con la que muchas veces nos miramos a nosotras mismas. Se disfruta más el perreo cuando puedes bailar como celebración de la capacidad de tu cuerpa para sentir el dembow y el flow, cuando bailas sola para ti y el cosmos, en lugar de bailar para otro bajo la dinámica de seducción patriarcal. Tampoco podemos juzgar la física y mecánica de nuestros movimientos como algo machista sólo porque los hombres han establecido que nuestras cuerpas son objetos sexuales que les pertenecen. Nuestras caderas no se mueven por ellos. No en vano soy partidaria del separatismo, del espacio seguro para mujeres, de las espacias donde podemos disfrutar de nuestra existencia sin la mirada masculina, sin sus juicios y sus exigencias puestas en nuestras cuerpas y nuestras existencias.
Como pueden ver es un tema amplio del que seguramente podríamos seguir hablando y hablando, pero esta publicación es una invitación a las mujeres para que escuchen música hecha por mujeres, a que dejemos de creer que las cosas progres que dicen los varones son realmente ideas suyas, ya no tenemos tiempo como para seguir perdiéndolo, escuchando lo que ellos tienen que decir sobre nosotras.
Los únicos dos temas con los que no simpatizo del reggaetón de mujeres, aunque sí escucho y bailo esas canciones, son la competencia entre mujeres y el orgullo de ser la amante de un wey, pero a estas alturas decido con que incongruencias me permito lidiar, y decido que puedo perrear «yo soy, la cabrona que a tu marido entretiene» (porque además no es una narrativa que me pertenezca ni que ejerza), pero no puedo seguir escuchando lo que tenga que decir un vato, por más progre que sea, y decido también que las milésimas de centavo que aportan mis reproducciones a su música vayan a la cuenta bancaria de una mujer. Este párrafo sólo es para que no se sientan estafadas si escuchan mis playlists y de pronto les suenan esas rolas, mientras ustedas esperan sólo las del poderío de mujeres. No somos perfectas, ¿qué se le hace?, pero sí somos grandes y escucharnos vale no la pena, sino la alegría.
Pueden encontrar las playlist en Spotify.