Virginia Wolf, en su libro «Una habitación propia» dice:
«Me atrevería a aventurar que Anónimo, que tantas obras ha escrito sin firmar, era a menudo una mujer», nosotras estamos de acuerdo con esta hipótesis, nos resulta lógica si pensamos en que por muchos siglos a las mujeres se nos negó el derecho a leer, escribir y ni hablar de publicar. A pesar de ello, las rebeldes lectoras y escritoras siempre han existido y dejaron testimonio de su paso por el mundo en múltiples obras sin firmar, o firmadas con nombres de hombre, para tener más posibilidades de que sus libros fueran leídos y prevalecieran en la historia, cosa que definitivamente no hubiera ocurrido si se hubiera sabido que la autora es una mujer.
En más de una ocasión hemos compartido con ustedas las sospechas confirmadas de que las mujeres vivimos sintiendo que todo lo que hacemos es insuficiente o malo, que no somos buenas ni siquiera en aquello que llevamos muchos años haciendo, y eso es porque a las mujeres se nos exige más y se nos castiga más por nuestros errores, la presión de la perfección es real, no se nos permite la satisfacción personal.
La falta de difusión de la literatura escrita por mujeres dentro de la enseñanza básica escolar, hace que las niñas crezcamos sin referentas para decir: quiero ser escritora. Algunas se dan cuenta después de mucho tiempo de que en realidad lo que siempre quisieron hacer era escribir, pero temían no ser lo suficientemente buenas y mejor hicieron otra cosa. No tener suficientes referentas en todas las áreas del conocimiento acorta el horizonte de nuestros sueños como niñas, sin que nos lo digan de forma literal (aunque a veces también lo hacen), nos hace pensar que hay cosas que no podemos ser por ser niñas y terminamos por creer en ello.