El asunto de separar al autor de la obra es misógino, racista y clasista, supone que es nuestra obligación como escritoras, lectoras, estudiantes de las diferentes licenciaturas, maestrías, doctorados, etc., en letras, amantas de las letras, pasar por alto y perdonar a feminicidas, violadores, pederastas, torturadores emocionales, tratantes, etc., en nombre de respetar un canon que ellos mismos construyeron y legitimaron entre ellos.
Hay quienes dan por hecho que al negarse a leer a Octavio Paz por ser un maltratador misógino, racista, chantajista, que hizo de la vida de Elena una cárcel y que intentó destruirla creativamente, es negarse a conocer la poesía mexicana como si no fueran poetas mexicanas del mismo siglo: Elena Garro, Pita Amor, Rosario Castellanos, Dolores Castro, Enriqueta Ochoa, Concha Urquiza, Carmen Alardin, Griselda Álvarez, Germaine Calderón, María Entiqueta Camarillo, Rosina Conde, Pita Ochoa, Elsa Cros, Coral Bracho, Isabel Fraire, Emma Godoy, Elva Macías, Margarita Michelena, Thelma Nava, Margarita Paz Paredes, Aurora Reyes, Maricruz Patiño, Ulalume González de León, Rosa María Roffiel y muchas más.
Que no leer William Burroughs, el asesino de Joan Vollmer, que por cierto salió de la cárcel en Lecumberri 13 días después de haber sido declarado culpable del asesinato de la quien fuera su esposa, nos priva de conocer a la generación beat como si no existiera la obra de Marge Piercy, Elise Cowen, Diane di Prima, Denise Levertov, Joanne Kyger, Lenore Kandel, Ruth Weiss, Janine Pommy Vega, Anne Waldma, Brenda Frazer, Hettie Cohen, Elizabeth Bishop, Maxine Kumin, Lucille Clifton, Kay Ryan, Elizabeth Alexander, entre muchas otras.
O al respecto de los escritores latinoamericanos que erotizan la pedofilia como García Márquez, y la idea de que no leerlo nos hace ignorar el realismo mágico, aunque tengan obras maravillosas María Luisa Bombal, Elena Garro, Silvia Ocampo, Isabel Allende, y otras escritoras del boom latinoamericano como Núria Marrón y Clarice Lispector, entre otras.
Sobre no leer al violador de Pablo Neruda, que nos perdemos de la poesía militante, aunque nos regocijemos en los versos de Ana María Rodas, Gioconda Belli, Rosa María Roffiel, Alaide Foppa, Ruby Arana, Ligia Guillén, Carla Rodríguez, Mariana Sansón, Josefa María Vega, Rosa Umaña Espinoza, Vidaluz Meneses Michelle Najlis, Esperanza Ramírez, y de las chilenas: Pía Barros, Heddy Navarro, Carmen Berenguer, Teresa Calderón, Constanza Lira, Paz Molina, Natasha Valdés, Heddy Navarro, Myriam Díaz-Diocaretz, Carmen Berenguer, Elvira Hernández y otras.
Con Arreola, el violador de Elenea Poniatowska, y torturador psicológico de Tita Valencia aseguran que no sabemos apreciar la literatura mexicana, pero nosotras tenemos presentes a Tita Valencia, Amparo Davila, María Luisa Mendoza, Ángeles Mastretta, Nelli Campobello, otra vez Elena Garro, Rosa María Roffiel, Rosario Castellanos, Rosina Conde, Teresa Dey, Inés Arredondo, Cristina Rivera Garza, etc.
Y así un sin fin de ejemplos a lo largo se la historia de la literatura, en las diferentes geografías del mundo, donde las mujeres artistas (no sólo las literatas) tienen una obra muy rica, obras que te tocan las entrañas y te cambian la vida, pero son dejadas para después porque la academia sostiene que tenemos que separar al autor de la obra y que hay que leer religiosamente y por obligación, como si no nos hubiera robado ya toda nuestra formación académica, a los grandes escritores sin importar cuán ruin haya sido su existencia, ni de cuántas formas destruyeron la vida de las mujeres que tenían cerca, porque de no leerlos vamos a la hoguera por falsas literatas alegando que si no los leemos a ellos, no tenemos referentes literarios.
El asunto de separar al autor de la obra es un mecanismo más de invisibilización de la literatura escrita por mujeres. Decirnos que no leer hombres es no leer, demuestra el punto, han perdido mucho tiempo leyendo a esos hombres que son la antítesis del artista, que debería crear, no destruir; y se han perdido de una gran parte del universo literario por aferrarse a un canon rancio, masculino, heterosexual y blanco.
El arte no cabe en la academia, la literatura es más grande que el canon, y cuando decidimos no leer hombres no estamos renunciando a nada, al contrario, nos estamos dando la maravillosa oportunidad de leer a las miles de mujeres que no son leídas como lo merecen, de reconstruir la historia de nuestra palabra y de encontrarnos con un vasto universo de literatura escrita por mujeres en todos los siglos, en todo el mundo.
No es ético separar al autor de la obra, sobre todo porque eso se hace para no bajar del pedestal a los que son consideran los grandes escritores, los grandes clásicos, los grandes referentes de la literatura, aunque no sean sino feminicidas, violadores, grandes misóginos; y porque se hace para no abrirle paso al estudio de las letras de las mujeres más allá de algunas materias optativas en algunas universidades, porque claro, conocer la literatura escrita por hombres es obligatorio, pero conocer la literatura escrita por mujeres es opcional.